jueves, 23 de enero de 2014

Un invierno diferente

La calefacción se rompió el día que más la necesitaba. Hasta entonces el invierno no le había parecido tan frío, pero en ese momento la ciudad pareció congelarse. Le recordaba a la noche que salieron a dar una vuelta por el centro y empezó a nevar. Ella prefería la arena y a él le gustaba la Navidad. Así que entre copos blancos supieron que aquello no era un simple paseo. Ella se había puesto especialmente guapa y él había preparado la cena. La masa de la pizza no aguantaba el peso del queso y se rompía, pero estaba rica. Que le diera vergüenza mirarle a los ojos quizá fuese otra señal, pero hasta que no llegó el escalofrío no lo entendió. No querían acercarse y cada vez estaban más unidos. Pero aquel invierno pareció transformarse en verano y, claro, el sol lo derritió.

viernes, 17 de enero de 2014

Te escribí mientras dormías

Perdona, pero es que nunca sé qué decir. No soy de dar consejos ni tampoco de decir buenas palabras que sirvan a alguien de consuelo. Tan mal se me da eso como lo de decirte que me encanta tu risa. Así que prefiero no decir nada. A menudo pongo cara de no saber dónde meterme. Pero, eh, doy buenos abrazos.

Tal vez no sepa qué decirte, pero puedo estar ahí siempre que lo necesites. Hacerte compañía, en silencio. Acariciarte o cogerte la mano. Besarte en la mejilla antes que en la boca y desearte buenas noches el día que no vayas a poder dormir. Yo tampoco lo haré, pero en mí eso no será una novedad.

La mañana que despierte tras haber dormido toda la noche a tu lado, te diré que te quiero. Pero como puede que eso nunca pase, se me escapará alguna frase de ese tipo de vez en cuando, sobre todo, si antes me he bebido unas cervezas.

Seré cariñosa cuando menos lo necesites y no me quejaré si me despiertas cuando he cogido el sueño. A menudo reclamaré algo que ni siquiera me importa y nunca sabré cuando darte el último beso antes de irme. Escucharé tus canciones cuando no me veas y empezaré a pensar que esto fue especial el día que tenga que quitar tus recuerdos de la habitación.

miércoles, 8 de enero de 2014

Destino: la almohada

Y le escribió mil cartas, pero nunca se las mandaba. Decía que tenía miedo a que la hubiera olvidado ya. Que no le contestara. ¿Qué iba a hacer si no le contestaba? ¿Otra vez? Demasiados dolores de tripa, no quería más. Sin embargo, no podía parar de redactarlas. Como si él fuera capaz de sentir que no había dejado de pensarle ni un solo día. En sus tardes de parque, en las visitas inesperadas, en su espalda...

Luego estaban las caricias. Él acariciaba como nadie. Era otra realidad. Como cuando en Ice Age encuentran el mundo de los dinosaurios. ¿Y todo este tiempo había vivido sin saber lo bien que acariciaba?

Quería decirle que sí. Que lo recordaba todo. Cuándo se conocieron, cuándo la hizo sentir un escalofrío por primera vez y cuándo empezó a tener miedo. ¿Porque quién no tiene miedo de estas cosas? Pero joder, a veces hay que cerrar los ojos y seguir hacia delante. Y por supuesto, recuerda el momento en que lo hizo.

Sonrisas, tranquilidad, series en el sofá, cosquillas y despedidas en el aeropuerto. Sobre todo, eso. Despedidas llenas de besos. Ella tan capaz de dejarlo todo por él y él tan capaz de ni siquiera contestarle a aquella primera carta. Quizás fue eso lo que hizo que jamás volviera a mandarle otra, pero las seguía escribiendo. Porque que no le llegaran no importaba. Siempre hay cosas que solo se dicen cuando nadie te escucha.

jueves, 2 de enero de 2014

Tercer y último plato

Y en ese punto de indecisión en el que no sabía si disfrutar o acabar con todo, él preparó espaguetis para comer. Con tomate. Como aquellos que tomaban cuando eran pequeños y quedaban después de clase. Pablo nunca logró hacerlos tan ricos como los hacía su madre, pero a Claudia no le importaba. Era el mejor plato del mundo.

La verdad es que la carne picada sabía bien, la cebolla estaba en su punto y el tomate manchaba igual que cuando tenían diez años. Y a Claudia, por supuesto, seguía sin importarle.

-Llevas tomate en la mejilla -dijo Pablo-.
-Ni siquiera después de diez años vas a dejar que me coma un plato de espaguetis tranquila -replicó ella-.

A él siempre le gustó verla enfadada porque le duraba unos segundos, luego siempre le sonreía y afirmaba que no le importaba nada de lo que le dijese. Pablo sabía que era mentira. Anda que si no le importara iba a estar ahí comiéndose sus espaguetis.

-Luego vamos a jugar al fútbol.
-¿Al fútbol? Había pensado que podíamos ver una película.
-¿Peli? ¿Pero en qué tipo de persona crees que me he convertido? ¿No se trataba de rememorar viejos tiempos? Pues vamos a jugar al fútbol que hace mucho que no lo hago -dijo Claudia-.

Ella nunca fue de sugerir planes, más bien los imponía. A Pablo no le importaba, Claudia siempre tenía buenas ideas. Así que jugaron al fútbol hasta que acabaron peleados. En eso consistía aquella cita. Cuando eran niños las discusiones quedaban olvidadas tras una noche de descanso. Pero ya no eran niños ni descansaban tan bien por las noches, así que a la mañana siguiente se les olvidó sonreír.