jueves, 31 de octubre de 2013

Un gran día

Aquí me hallo, divagando. Ya sabéis, escribiendo por escribir porque cuando escribo lo que siento no soy capaz de publicarlo. Y la verdad es que estoy pensando en si tengo algún recuerdo de los 31 de octubre que he pasado en mi vida. Son dos. Uno, de cuando era bien pequeña y un amigo se disfrazó de demonio. Mi llanto se escuchó en todo Guadarrama. Otro, de cuando compartía piso con mi mejor amigo y unos chavales tiraron huevos a los cristales de casa. Sin importancia. La verdad es que no soy de disfrazarme ni de dar miedo. Siempre he sido yo la asustada.

Ahora también tengo miedo. Miedo de que se acabe todo. Bueno, todo no. Miedo de perder a las personas que me hacen feliz. No son muchas, ni tampoco son de las de toda la vida, pero son los más especiales.

Así que aquí estoy, escuchando como mi compi locuta noticias en nuestro salón mientras me bebo una cerveza que sobró de una noche de fiesta. Esto tras un día de sueño eterno en el que me ha dado por pensar demasiado por la mañana, he comido kebab con mi mejor amigo a medio día, he dormido la siesta que tanto tiempo estaba esperando y he visto una película de más de dos horas de duración en flamenco, aunque con subtítulos en español, que siempre ayuda.

No he tenido conversaciones interesantes, tampoco me he reído como nunca, pero he compartido el día con personas que, en más o menos tiempo, se han vuelto imprescindibles. Y pienso, joder, qué jodido va a ser echarles de menos.


martes, 22 de octubre de 2013

Doble ración de espaguetis

Esta vez eran con tomate. A Claudia seguía sin convencerla esta forma de hacer pasta, pero Pablo decía que ahora tocaba comerlos a su manera. Y a su manera era a la manera que su madre hacía espaguetis. Claudia había aceptado, pero los haría ella, no la madre de Pablo. Así se fastidiaban los dos. Una, por no comerlos a la carbonara y, el otro, porque eran con tomate, pero no los de su madre. La cuestión era ponerse de acuerdo, así que los hizo.

¿Cantidad? Tres platos, más o menos. Doble ración para Claudia, como siempre. Mientras los preparaba, Pablo la perseguía de una lado a otro diciendo que su madre no los hacía así, que no le echara de una cosa, que le echara de la otra...Ella respondía con besos. No sabía otra forma de callarlo.

Por fin en la mesa. Empezaron a comer. A Claudia le gustaban, pero más le gustaba ver cómo Pablo se manchaba media cara al comérselos. No le decía que se limpiara porque le resultaba gracioso. Él sonreía al verla con su típica sonrisa socarrona. Sabía que se estaba manchando con esos malditos espaguetis tan faltos de sabor, pero poco importaba ya.

martes, 15 de octubre de 2013

Indefinidamente indefinible

El problema es sentarse. Ya sea a hablar o a escribir. El problema es el miedo. Las ganas de correr o de quedarte parada para no avanzar más. El problema es que todos estamos hechos de demasiadas personas de las que nos cuesta mucho desprendernos. El problema es que no dejamos nada atrás. Porque no quieres o porque no puedes.

Lo difícil es intentar superar algo que no sabes si quieres superar. Supongo que lo difícil es ver cada día a la persona que podías haber querido. Pero también no ver a la que más has querido en tu vida.

Lo raro es plantarme delante de las teclas y no estar escribiendo de ti. Lo raro es no hablarte cada día o darte dos besos cuando te veo. Lo raro fue dejarme llevar, cuando nunca he sabido hacerlo.

Lo normal es que nada salga bien cuando has hecho las cosas rematadamente mal. O puede que, para que las cosas salgan bien, antes las tengas que hacer mal. No lo sé.

Lo jodido es no saber qué estás haciendo. Lo jodido es pararte a pensar y que se te borre la sonrisa. No tener ni idea de cómo has llegado a estar aquí. Tan abajo y, a la vez, tan arriba. En un mareo constante del que no te puedes desprender. O si puedes, pero no quieres. Y así van pasando los días.

martes, 8 de octubre de 2013

Se me gastaron las lágrimas

Ni siquiera me di cuenta de cuándo dejé de hacerlo. Nunca me gustaron los dolores de tripa, pero tampoco dejar de tenerlos. Te lo aseguro. Luego hubo noches en los que no me importaba dónde había dejado el móvil y otras en las que se nos olvidaba hablar.

Después dejé de contar los días que quedaban para verte e intenté que fueras tú el que lo hiciese. Al ver que tampoco lo hacías, ni siquiera me enfadé. Cuando gritabas, no te oía. Y cuando te enfadabas, yo ya no lloraba. Dejé de preparar lentejas y, con ellas, se acabaron las sorpresas.

Ya no anotaba los sitios a los que iba en la lista de lugares que visitaría contigo. Y tampoco me enfadaba si no venías a verme antes de comer. Se acabaron los aperitivos y nos sacábamos defectos. Cuando volvía a Madrid, no se me encogía el estómago. Y cuando llegaba el intermedio de cualquier serie, ya no nos llamábamos.

Todo parecía haberme dejado de importar, ni siquiera eso me importaba. Pero luego me dio por pensar. Y si no me importaba que todo hubiera dejado de importarme es que algo fallaba. Fallaba yo. No había nervios ni llanto. Me había secado.

domingo, 6 de octubre de 2013

Límpiate

Si nunca te has manchado de barro, no sabrás que es posible limpiarlo. A lo mejor un lavado no es suficiente, pero se logra. A mí me gusta el barro. ¿Y quién no ha pisado charcos? Todos acabamos haciéndolo, aunque la lluvia nos ponga tristes.

Yo prefiero a las personas que han saltado en charcos y se han llenado de barro, hasta arriba. Después se han levantado y han decidido limpiar cada prenda de ropa que llevaban. Hasta no dejar rastro de lo que era tierra y agua. Y sin rencores. Porque ahora estás manchado, pero mientras lo hacías estabas disfrutando.

Además, nada te impide ser un poquito mejor cuando has hecho lo que tenías que hacer y lo has pasado de la hostia. Ahora, sólo te queda elegir si prefieres lavar tu ropa a mano, o a máquina.