domingo, 26 de mayo de 2013

Que me remuevas.

Y que te remuevan el estómago, toda la vida. Que te lo remueva recordar el primer día en que hablasteis. La canción que creías que os acompañaría toda la vida y la posibilidad de volver a veros. Como cuando eres pequeña y los nervios te matan ante el inminente partido de fútbol que estás a punto de jugar.

Sonreír. Que te sonría. Que los primeros días no seas capaz de aguantarle la mirada y que una mentira suya derrumbe todo tu mundo. Como cuando eres pequeña y tus padres deciden que os vais a vivir a otra ciudad, que ya no tendrás amigos de toda la vida, porque a tus amigos de toda la vida no les volverás a ver.

Que te coja de la mano, y te abrace cuando te haga falta consuelo. Que te seque las lágrimas, pero que también sea capaz de cabrearte como solo esa persona sabe hacerlo. Tener la necesidad de escucharos, como necesitas escuchar la voz de una madre cuando estás al borde del colapso. Y que os reconozcáis, sobre todo, que os reconozcáis.

viernes, 24 de mayo de 2013

En última posición.

¿Alguna vez te gustó quedar en última posición? No creo, por mucho que se hayan empeñado en repetirnos una y otra vez eso de que lo importante es participar. Participar sí que nos gusta, nos gusta participar en todo. Pero la última posición te deja un sabor raro. Pues yo conozco a una persona que no, que quedó última siendo feliz.

Decisión de última hora y la mandaron al tapiz. A ella, la más pequeña de todas, a la que su madre le hacía los maillots. Demasiado pequeña para sentir nervios, demasiado delgada como para hacerlo mal. La grada la vitoreaba. Y sí, por grada entendemos a familia y amigos. Así que salió allí e hizo lo mejor que pudo. Lo mejor que pudo hacer la dejó en última posición.

Ni se enteró. Todas sus compañeras, en el banquillo, aplaudían. Su madre, desde la grada, se mostraba orgullosa de su niña, que mira que iba guapa con el maillot que le había preparado. Su entrenadora la recibió feliz. Ella, emocionada por el revuelo, preguntó: "¿Qué puntuación tengo?¿Cómo he quedado?".

Demasiado pequeña para contestarle. Demasiado como para decirle la verdad. Pero también demasiado pequeña como para, una vez escuchada, entristecerse.

lunes, 20 de mayo de 2013

Malas sensaciones.

Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en malas sensaciones es sin duda la de tener arena en los ojos. Sobre todo, si alguien te la ha lanzado. Escuece, y mucho. Sientes cómo tus preciosos ojos se rasgan por dentro con esos minúsculos granos de arena. Creo que esa es una de las pocas cosas que no me gustan de la playa.

Tampoco me gusta cuando el frío se te mete en los huesos y no hay forma de sacarlo. ¿Quién puede dormir con los huesos congelados? Ni siquiera se puede pensar...Y qué decir de cuando vas tan decidida a tu armario de la cocina, donde dejaste tu aperitivo favorito, lo abres y no está. Da rabia, y mucha. La misma que cuando intentas hablar y solo te salen lágrimas.

Que chirríen los dientes también me parece algo insoportable, al igual que cuando alguien se dedica a decirte lo que tienes que hacer constantemente. Sin embargo, de todas las malas sensaciones que tenemos en la vida, creo que la peor es la del dolor de tripa. Por amor, miedo, problemas familiares, estudios...Dolor de tripa. Mucho. Nervios que se acumulan en el estómago y se enredan sin ni siquiera saber cuál es la razón de ello.

Pero pasa, y mucho.

viernes, 10 de mayo de 2013

Cierra la persiana antes de irte.

A la mañana siguiente, abrió los ojos y sonrió. Raro, ¿verdad? No había bajado la persiana la noche anterior. No lo hizo porque él nunca lo hacía. Volvió a sonreír. Había perdido a la persona más necesaria del mundo y, sin embargo, sonreía. ¿La causa? El dolor de saber que, a partir de ese día, él tendría que bajar su persiana siempre. Porque, ahora sí, sentiría de verdad lo que era echar de menos.

Tantas veces había estado triste por cualquier tontería. Tantas otras había llorado por cualquier persona. Tan mayor y con tanto vivido, se creía. Y ahora, todo eso se quedaba en nada. Ni el que creía que había sido su verdadero amor, lo era. Ni los días que sintió la añoranza, ésta había sido tal.

Su vida se había quedado coja. Coja para siempre. No pensaba en el futuro, solo miraba al pasado y se reía de todas las experiencias vividas. Experiencias que no habían servido de nada. Ni aprendió ni maduró.

Sabía que nunca volvería a ser el mismo. También, que no volvería a mirar al resto de personas con los mismos ojos. Tampoco les escucharía. Eso no eran problemas. Ni siquiera merecían llamarse así. Como buen egoísta, no dejó que nadie le viera llorar ese día. Sonreía. Sonreía y pensaba: "Esto sí que es una lección. Gracias".