viernes, 13 de diciembre de 2013

En la cabaña del árbol escribíamos mejor

No entiendo eso de olvidar, a lo mejor por eso te sigo recordando. Y fíjate que quizás no te merezcas nada más. Pero qué te voy a decir que no sepas ya. Si ni siquiera sé de quién estoy hablando.

La espera era larga cuando nunca llegabas. Más aún cuando supe que no volverías. Y aún así, aquí estoy, sin saber si vendrás después.

Cada vez me cuesta más recordar momentos felices a tu lado. Hace tiempo que desapareciste y tampoco es que hayas dejado mucha huella. No sé si eso es bueno o malo, tampoco sé si es.

Con los años aprendí a moderar mi carácter. Tener un ejemplo a no seguir es muy útil. Quizás hasta más que uno a seguir. A lo mejor es por eso que creo estar bien. Te lo estás perdiendo todo. Te lo están ganando ellos.

Aunque estemos más cerca que antes, sigo notando la distancia. Si miras desde la calle, ya no puedes verme. A lo mejor si me llamas, no puedes oírme. Pero no llamas. Y no me oyes.

No tenemos fotos juntos. Y hay una que hace tiempo rompí. Los naranjos siguen oliendo bien. Y el limonero te espera para subir. Cazar ranas siempre fue mi fuerte, supongo que por eso te encontré a ti.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Buenos, malas y faltones

Supongo que hay personas que viven mejor gritando a los demás. Yo he conocido a algunas. Es difícil cuando es alguien cercano, pero supongo que también cuando es alguien al que esperas no volver a ver en la vida. Yo nunca supe callarme. Las personas que empiezan gritando nunca deben ganar. Por muy larga que sea la batalla, tienen que perder. No hablo de buenos y malos. Hablo de gritonas y gritones. De esos que necesitan vivir haciendo débiles a los que están a su alrededor. Sobre todo a los que creen más pequeños.

Pero siempre hay un momento en el que decides no aguantar más los prontos de la otra persona. Prontos o maldades, que también los hay. A mí la gente que grita me recuerda a la persona más gritona que ha pasado por mi vida. Y no me gusta. Mucho menos los que humillan. Como ven que la otra persona aguanta el tipo, se crecen y la empequeñecen hasta que desaparece.

Pero no siempre desaparecen. A veces la que desaparece es la gritona, como tú. O como ella. Siempre es mejor dejarlas en algún sitio que esté tan lejos de ti que ya ni siquiera puedas oírlas. Por mucho que griten.

Y mírala. Tanto recordar quién tenía el mando en esa relación y ahora resulta que le pueden recordar quién le está jodiendo la vida a quién. Porque supongo que lo único que tenía en la vida es lo que acaba de perder. A poco más pueden optar las personas que gritan a los demás. Así que nada, si algún día la vuelves a ver quizás hasta puedas decirle: "¿Te tengo que recordar quién es aquí la jefa?"

Porque la jefa eres tú. Pase lo que pase a partir de ahora.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Fiona: La ogra que se creía una princesa

No creo que te merezcas ni dos líneas, por eso, espero que las que aquí quedan sean como un homenaje. Qué digo, homenaje. Una despedida. Una feliz despedida. Porque ese será el sentimiento que dejes cuando te vayas, lo cual no creo que sea buena señal.

Dejarás felicidad porque antes provocaste lágrimas, muchas lágrimas. Porque parece que quieres dar la sensación de ser una persona maravillosa con esa falsa sonrisa que dibujas diariamente en tu cara y los coloretes marrones que tienen como misión iluminar tu rostro. Pero no lo consigues. Ni tú, ni tus coloretes. Porque ni eres maravillosa, ni iluminas a nadie con tu llegada. Ni siquiera sé si eres capaz de sentir como lo hacen las personas. Por eso, eres una ogra. Por eso, te llamamos Fiona.

Supongo que después de tantos años saliendo de tu ciénaga para amargar a las personas que estaban a tu lado para ayudarte, no esperabas que una de ellas te resistiera. Imagino que si ni siquiera has encontrado a alguien que te aguante en tu día a día, mucho menos te imaginabas que una joven aguantara tantos meses contigo. Cualquier persona estaría encantada de tener a alguien como ella a su lado, pero tú no.

Imagino que lo de humillar a la gente es algo que tienes por norma que cumplir antes de irte a la cama. Dormir sola te parecerá la mayor humillación del mundo, quizás. Y como ni tú te aguantas, lo pagas con los demás. Pero esta vez no vas a ganar. Esta vez has topado con alguien más fuerte que tú, pero sobre todo más inteligente.

Volverás a tu ciénaga, sí. Y te revolcarás en el barro, como tanto siempre te ha gustado. Sin embargo, no creo que vuelvas a salir para pisotear personas. Esta vez no. Porque a todo cerdo le llega su San Martín. Y ahora te toca a ti.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Algo práctico

Y es verdad que cuando me pinto las uñas, luego nunca me quito el esmalte. Lo dejo que se vaya desgastando hasta que desaparece. También es cierto que me cuesta levantarme por las mañanas y que me cuesta dormirme por las noches. Tarea casi imposible, por cierto, si hay alguien a mi lado.

No me gusta la gente demasiado simpática, ni tampoco esas personas que son incapaces de saludar. Odio el frío, por lo que siempre he preferido hacer castillos de arena a muñecos de nieve. Aunque siempre hay personas con las que podría llegar a hacerlos.

La lluvia me cabrea porque ya no puedo saltar en los charcos. O eso me dijeron. A menudo me pasa eso de enfadarme con las cosas que me gustan. Tal vez porque me gustan demasiado.

Creo que todo esto me pasa por ti. Porque tuve que aceptar que no significábamos lo mismo el uno para el otro. Y eso es lo más jodido que me ha pasado en la vida. Por eso me da pánico dejar a las personas que se vuelvan importantes. Que signifiquen algo.

Así que disimulo todo el tiempo que puedo, miro por la ventana e intento no parecer idiota.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Escribo lo que no creo y creo en lo que no escribo

No creo que las personas se vuelvan conformistas con el tiempo, creo que el tiempo te vuelve inconformista. Tampoco creo que estemos aquí para que cada uno de nosotros sea la piedra del camino de otras personas. Y si estamos para eso, pues bien. Siempre hay piedras con las que da gusto tropezar. Si dejan herida, dejan recuerdos. Y si son recuerdos, es que pasaron cosas bonitas.

Siempre me gustó pensar en eso de que existiera la persona adecuada, pero el tiempo me ha echado la teoría abajo. El tiempo y yo, yo también. Y mira que me cuesta reconocer las cosas y ni quiero hablar de eso de pedir perdón. Aunque, al final, si la persona te importa siempre acabas haciéndolo.

Porque no importa si me despisté, si me despistaste o me dejé despistar. El caso es que me despisté y olvidé algunas cosas que creía fundamentales. También principios que en realidad no lo eran y canciones que creía que hablaban de ello.

Todo lo tiré por la borda. O ya estaba tirado. Qué se yo. Si siempre que intento ponerme alguna norma, la rompo. Si cuando me hago una promesa, la incumplo. Y si en algún momento pienso que he encontrado algo diferente, me repito a mí misma que no, que es como todo lo demás. Entonces, me tranquilizo un poco, pero me sigo sin hacer caso y pienso qué más da, si no es diferente, al menos que sea.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Con errores, pero conscientes

Y no es que ahora me conforme con poco, es que procuro conformarme con lo importante. Que los errores cometidos siempre sirven para aprender, dicen. Yo no sé si lo estoy haciendo. Tampoco creo que la gente aprenda así porque sí, aunque admiro a aquellas personas que son capaces de hacerlo. Las que se equivocan, se arrepienten y cambian. Pero, sobre todo, a las que saben pedir perdón. Creo que es de las cosas más difíciles de esta vida.

Es la hostia cuando te sientas a escribir sobre algo que eres incapaz de escribir y terminas haciéndolo sobre cualquier mierda. Aunque siempre me gusta que sea una mierda bonita.

Como cuando te dan un regalo envuelto en papel de periódico. Puede parecer una mierda y luego llevar dentro el mejor detalle del mundo. Sobre todo, cuando es un detalle inesperado. Hasta te llegas a sentir débil por mostrar felicidad. Yo he tenido momentos en los que me cabreaba conmigo misma por sentirme tan jodidamente feliz. Como cuando comes espaguetis y te manchas toda la cara de tomate. Después pueden venir hostias, pero si has tenido esa sensación es que todo ha merecido la pena.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Un cobarde como cualquier otro

Así que decidió ser el mayor de los cobardes.

No asumió lo que debía asumir, no decidió por quienes tenía que decidir, jamás dio lo que tenía que haber dado sin que se lo pidieran y siempre creyó ir por delante cuando lo que de verdad estaba sucediendo era que se quedaba atrás. Muy atrás.

En una cuneta en la que él mismo había decidido quedarse. Incapaz de querer como tenía que haber querido, como se supone que se debe querer. Incapaz de asumir las responsabilidades que le correspondían e incapaz de reconocer los mayores errores de su vida.

Y mira que siempre había presumido de ser un valiente, y mira que no le gustaba esconderse de los demás, pero sí jugar a ser quien no era. Entonces decidió ser eso. Un cobarde. El cobarde que renunció a lo mejor de su vida. El típico cobarde que ni siquiera perdiendo su regalo más preciado, se da cuenta de que lo que ha hecho.

Los cobardes siempre se merecen algún insulto, pero no seré yo quien lance piedras cuando mi tejado está lleno de ellas.

jueves, 31 de octubre de 2013

Un gran día

Aquí me hallo, divagando. Ya sabéis, escribiendo por escribir porque cuando escribo lo que siento no soy capaz de publicarlo. Y la verdad es que estoy pensando en si tengo algún recuerdo de los 31 de octubre que he pasado en mi vida. Son dos. Uno, de cuando era bien pequeña y un amigo se disfrazó de demonio. Mi llanto se escuchó en todo Guadarrama. Otro, de cuando compartía piso con mi mejor amigo y unos chavales tiraron huevos a los cristales de casa. Sin importancia. La verdad es que no soy de disfrazarme ni de dar miedo. Siempre he sido yo la asustada.

Ahora también tengo miedo. Miedo de que se acabe todo. Bueno, todo no. Miedo de perder a las personas que me hacen feliz. No son muchas, ni tampoco son de las de toda la vida, pero son los más especiales.

Así que aquí estoy, escuchando como mi compi locuta noticias en nuestro salón mientras me bebo una cerveza que sobró de una noche de fiesta. Esto tras un día de sueño eterno en el que me ha dado por pensar demasiado por la mañana, he comido kebab con mi mejor amigo a medio día, he dormido la siesta que tanto tiempo estaba esperando y he visto una película de más de dos horas de duración en flamenco, aunque con subtítulos en español, que siempre ayuda.

No he tenido conversaciones interesantes, tampoco me he reído como nunca, pero he compartido el día con personas que, en más o menos tiempo, se han vuelto imprescindibles. Y pienso, joder, qué jodido va a ser echarles de menos.


martes, 22 de octubre de 2013

Doble ración de espaguetis

Esta vez eran con tomate. A Claudia seguía sin convencerla esta forma de hacer pasta, pero Pablo decía que ahora tocaba comerlos a su manera. Y a su manera era a la manera que su madre hacía espaguetis. Claudia había aceptado, pero los haría ella, no la madre de Pablo. Así se fastidiaban los dos. Una, por no comerlos a la carbonara y, el otro, porque eran con tomate, pero no los de su madre. La cuestión era ponerse de acuerdo, así que los hizo.

¿Cantidad? Tres platos, más o menos. Doble ración para Claudia, como siempre. Mientras los preparaba, Pablo la perseguía de una lado a otro diciendo que su madre no los hacía así, que no le echara de una cosa, que le echara de la otra...Ella respondía con besos. No sabía otra forma de callarlo.

Por fin en la mesa. Empezaron a comer. A Claudia le gustaban, pero más le gustaba ver cómo Pablo se manchaba media cara al comérselos. No le decía que se limpiara porque le resultaba gracioso. Él sonreía al verla con su típica sonrisa socarrona. Sabía que se estaba manchando con esos malditos espaguetis tan faltos de sabor, pero poco importaba ya.

martes, 15 de octubre de 2013

Indefinidamente indefinible

El problema es sentarse. Ya sea a hablar o a escribir. El problema es el miedo. Las ganas de correr o de quedarte parada para no avanzar más. El problema es que todos estamos hechos de demasiadas personas de las que nos cuesta mucho desprendernos. El problema es que no dejamos nada atrás. Porque no quieres o porque no puedes.

Lo difícil es intentar superar algo que no sabes si quieres superar. Supongo que lo difícil es ver cada día a la persona que podías haber querido. Pero también no ver a la que más has querido en tu vida.

Lo raro es plantarme delante de las teclas y no estar escribiendo de ti. Lo raro es no hablarte cada día o darte dos besos cuando te veo. Lo raro fue dejarme llevar, cuando nunca he sabido hacerlo.

Lo normal es que nada salga bien cuando has hecho las cosas rematadamente mal. O puede que, para que las cosas salgan bien, antes las tengas que hacer mal. No lo sé.

Lo jodido es no saber qué estás haciendo. Lo jodido es pararte a pensar y que se te borre la sonrisa. No tener ni idea de cómo has llegado a estar aquí. Tan abajo y, a la vez, tan arriba. En un mareo constante del que no te puedes desprender. O si puedes, pero no quieres. Y así van pasando los días.

martes, 8 de octubre de 2013

Se me gastaron las lágrimas

Ni siquiera me di cuenta de cuándo dejé de hacerlo. Nunca me gustaron los dolores de tripa, pero tampoco dejar de tenerlos. Te lo aseguro. Luego hubo noches en los que no me importaba dónde había dejado el móvil y otras en las que se nos olvidaba hablar.

Después dejé de contar los días que quedaban para verte e intenté que fueras tú el que lo hiciese. Al ver que tampoco lo hacías, ni siquiera me enfadé. Cuando gritabas, no te oía. Y cuando te enfadabas, yo ya no lloraba. Dejé de preparar lentejas y, con ellas, se acabaron las sorpresas.

Ya no anotaba los sitios a los que iba en la lista de lugares que visitaría contigo. Y tampoco me enfadaba si no venías a verme antes de comer. Se acabaron los aperitivos y nos sacábamos defectos. Cuando volvía a Madrid, no se me encogía el estómago. Y cuando llegaba el intermedio de cualquier serie, ya no nos llamábamos.

Todo parecía haberme dejado de importar, ni siquiera eso me importaba. Pero luego me dio por pensar. Y si no me importaba que todo hubiera dejado de importarme es que algo fallaba. Fallaba yo. No había nervios ni llanto. Me había secado.

domingo, 6 de octubre de 2013

Límpiate

Si nunca te has manchado de barro, no sabrás que es posible limpiarlo. A lo mejor un lavado no es suficiente, pero se logra. A mí me gusta el barro. ¿Y quién no ha pisado charcos? Todos acabamos haciéndolo, aunque la lluvia nos ponga tristes.

Yo prefiero a las personas que han saltado en charcos y se han llenado de barro, hasta arriba. Después se han levantado y han decidido limpiar cada prenda de ropa que llevaban. Hasta no dejar rastro de lo que era tierra y agua. Y sin rencores. Porque ahora estás manchado, pero mientras lo hacías estabas disfrutando.

Además, nada te impide ser un poquito mejor cuando has hecho lo que tenías que hacer y lo has pasado de la hostia. Ahora, sólo te queda elegir si prefieres lavar tu ropa a mano, o a máquina.

domingo, 29 de septiembre de 2013

A ver quién llega antes

Sonaba el timbre que indicaba el fin de las clases y los dos echaban a correr. No hacía falta que se dijeran lo de "a ver quién llega antes", se daba por hecho. Esa carrera siempre la ganaba ella. Cuando veía cerca el final se ponía cerca de la puerta, lista para correr. Le tenía dicho a su madre que aparcase cerca porque tenía que ganar. Él siempre llegaba al coche de su padre después que ella. La miraba y sonreía. A ver quién ganaba después.

Como vivían en el mismo edificio la llegada a casa era otra competición. Esta vez por pulsar el botón del ascensor. Él siempre recordaba el día en que ella tropezó en el descansillo y se partió el labio. Sangraba muchísimo. Así que corría, pero con precaución. Ganaba él. Ella nunca corría lo suficiente, el recuerdo del daño dura demasiado.

Él y su padre se bajaban en el segundo, mientras que ella y su madre continuaban en el ascensor hasta el cuarto piso. Todos los días, al salir del ascensor, él preguntaba: "¿Bajas luego?". Ella nunca contestaba. No recordaba cuando empezaron a bajar juntos a la calle, pero si lo hacían cada día por qué demonios preguntaba.

Chándal y zapatillas. Ambos. Ella siempre se cambiaba esa odiosa falda y él los zapatos que le dañaban los pies. Iban al puente a escupir a los coches, saltaban la valla del colegio para jugar al fútbol en la pista, construían cabañas, iban juntos a llamar al resto y un ratito antes de que llegase la hora de volver a casa pasaban por el quiosco, compraban unas golosinas y se las tomaban en el portal de su piso.

Allí esperaban a que se apagara la luz y se besaban. En la boca. Sin maldad. Con cariño. El mismo con el que se daban la mano en clase cuando les ponían alguna película. Todo era perfecto. Por fin un momento sin competir.

Cuando les obligaron a ser mayores todo acabó. Entonces ella ya no bajaba a la calle en chándal y él no la esperaba en el portal. El juego había terminado.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Mezclados saben mejor

Hoy era él quien iba a comer a su casa. Su madre había preparado espaguetis, pero ella no había avisado a Pablo de que eran a la carbonara, solo había dicho que comerían espaguetis.

Cuando él vio aquel plato encima de la mesa, se asustó. Esos espaguetis eran blancos, ¿dónde estaba el tomate?

-¿Esto son espaguetis? -preguntó Pablo-.
-Pues claro. ¿No los ves? -replicó Claudia-.
-Pero yo pensaba que eran espaguetis con tomate, los de siempre.
-Pues no lo son. Son a la carbonara. Seguro que te gustan, mi madre cocina estupendamente.
-Ya...Pero llevan bacon y esa salsa...No sé.
-¡Tiene queso! ¡A ti te gusta el queso! ¿Por qué no los quieres probar?  Son unos simples espaguetis. ¡Siempre igual! Como cuando no quieres comer de las fresas que llevan azúcar.
Claudia se hartó de esperarle y empezó a comérselos ella sola. Le encantaban, no tenía por qué esperarle. Además, seguro que él se los dejaba. Mejor, así tenía para el día siguiente.
-¡Pero es que no me gusta el bacon!
-Pues no se lo puedes quitar. No comas. Quédate con tus espaguetis con tomate de toda la vida, que esos sí que sabes que te gustan de verdad.

Claudia fue al frigorífico, sacó el bote de tomate frito y lo echó por encima de los espaguetis de Pablo. Él sonrió. Le encantaba verla enfadada, así que se comió los espaguetis.

Y no le gustaron, pero le hicieron feliz.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Lentejas.

Empezaré por contarte algo que sí que se hacer bien y, eso es, hacer las cosas rematadamente mal. Exagero, sí. En mi día a día, lo hago todo bien. En lo demás, todo mal. Y sí, exagerar está entre esas cosas.

Como siempre me gustó controlar mi vida, no soporto ver cómo se me escapa de las manos. Y más si es por una decisión mía. Yo cambiando las cosas, yo cambiando mis cosas. Increíble, pero cierto. Eso sí, cabezota como yo sola. Cuando se toma una decisión, no se mira atrás. No sé quién me lo enseñó, pero así lo creo. "¿No querías lentejas? Pues ahora te las comes".

Y con gusto, por algo son mi comida favorita. Las he aprendido hacer perfectamente, como todo lo de mi día a día. Decidí comer lentejas y me daba igual si me amargaban. O me empacharan. Las quería.

La pena es que mis favoritas son las que hace mi madre y ella, ahora, está lejos y no quiere hacérmelas. Así que tampoco las puedo compartir. Por eso, prefiero sentarme y odiar. Odiar como veo que todo se me escapa.

domingo, 25 de agosto de 2013

En la 532.

En estos cuatro años creo haber ganado más personas que he perdido. Pero de esas personas que son de verdad. Que te quieren tal y como eres y jamás intentaron cambiarte. Quizás eso fue lo que me cambió, que no me incitaran a hacerlo. Igual que cuando me dicen "vamos a dormir" y soy incapaz de pegar ojo. Siempre hay obligaciones que son imposibles de cumplir.

Ahora tengo a las personas que estarán siempre conmigo, las que me sufren, a mí y a mis decisiones, y las que recordaré toda mi vida. Lo cierto es que nunca una amiga me había sorprendido con un bizcocho lleno de velas para que celebrásemos el cumpleaños juntas, tampoco pensé el primer día de universidad que en la clase número 532 iba a encontrar a dos de las personas más importantes de mi vida.

Siempre envidié a aquellos que decían tener amigos de toda la vida. A mí la vida no me dejó tenerlos. Con nueve años te separas de los que podían haberlo sido y con doce llegas demasiado tarde a la vida de otros. Ahora tampoco me parece para tanto. Aunque todo acabe algún día, siempre me quedarán sus recuerdos.

miércoles, 31 de julio de 2013

¿Lo nuevo siempre es mejor?

Lo nuevo no tiene por qué ser mejor, pero lo que sí solemos hacer es tratarlo mejor. Creo que lo llevo haciendo toda mi vida. Los balones nuevos no los bajaba a la calle para que no se estropearan. Luego llegaba uno nuevo que se quedaba en casa y hacía que el de antes fuera utilizado, pataleado, mojado, en fin, destrozado jugando al fútbol. Y así con cualquier juego.

Cuando llega la adolescencia empieza a pasar con la ropa. La nueva se lava sola, la vieja no importa que se te rompa. Te puedes sentar en el césped que te compraste el año pasado, pero con el que has adquirido esta semana te cuesta más. Eso sí, te acabas sentando.

Y luego vienen los dieciocho, el permiso de conducir y el coche. Y es cierto, el de madre, padre o el de ambos, nunca será tratado tan bien como tratas el tuyo. El nuevo. Pero siempre hay que recordar que no es el mejor, solo es el nuevo.

Esto hablando de bienes materiales. Con los inmateriales, que son los importantes, creo que pasa lo mismo. Lo jodido es que sigues sin diferenciar si lo nuevo es lo bueno, o simplemente lo tratas mejor por ser nuevo.

lunes, 22 de julio de 2013

Moción de confianza.

En el instituto tuve un profesor que siempre nos decía que no había que fiarse de nadie, "ni aunque te dispongas a cruzar la carretera y sea tu padre el que viene de frente con el coche". No sería el mejor profesor, pero cosas de este tipo nos enseñó unas cuantas. Ésta especialmente me parece de obligado cumplimiento. No son los demás los que te traicionan, es la confianza que les tenías.

Por eso, siempre prefiero pensar que todo es mentira y procuro no fiarme de nadie. La confianza es previa a la decepción. Cuando menos te lo esperas, te llevas el chasco. Y es grande.

Tranquilidad. Que también sé que lo de no poder confiar en los demás es una gran putada. Lo sé porque lo sufro. Hay personas que se pasan de inocentes y otras de desconfiados. Siempre he preferido ser del segundo tipo y la verdad es que no me ha servido absolutamente de nada.

Supongo que todos terminamos traicionando la confianza de alguien, pero lo que recordamos es el hecho de que traicionen la nuestra. Será la necesidad de hacer las cosas mal para que las de después, al menos, salgan bien.

Un extraño verano.

Y otra vez los nervios bien metidos en la tripa. No sé si algún día conseguiré que salgan. Muchas veces, molestan. No consigo llegar a Madrid sin pararme a pensar si cuando vuelva a casa, todo seguirá igual. Es culpa de ese miedo terrible a los cambios. Quizás sea porque los grandes cambios en mi vida siempre fueron para mal.

Hay personas a las que les aburre que todo siga igual. A mí me fascina. Los quiero a todos y cada uno de ellos allí, donde siempre, como siempre. Cada domingo, se me encoge el pecho al no poder estar a su lado. Cada domingo en los que sí estoy, procuro disfrutarlos al máximo.

Tres semanas esperando a verles y dos días se pasan volando. Por delante, otros cuatro domingos en los que no estaré y en los que espero que si algo cambia allí, que sea para bien. Nos veremos por mi cumpleaños, como de costumbre. No pienso en si saldré por la noche, pienso que la tarde la pasaré junto a ellos. Riendo y disfrutando, como se disfruta en familia.

lunes, 8 de julio de 2013

Solo era un juego.

Como cada viernes, al despertar, salía corriendo de su habitación, bajaba a los buzones de su portal y cogía su ansiada carta. Tan esperada como cada semana, tan nerviosa como cuando ella le escribía la respuesta. Un sobre blanco e impoluto, con los datos de la joven, los del remitente y un sello.

Mientras subía las escaleras de vuelta a su hogar, abría el sobre. Lo rompía, para qué mentir. Siempre había sido paciente, pero esto la sobresaltaba como ninguna otra cosa. Repasaba su semana contada en sus letras, con fe ciega en ellas, sobre todo en las últimas: Te quiero.

Hacía años que no se veían, ni siquiera habían llegado a besarse. Cuando él se fue apenas tenían once años, les encantaba jugar juntos, darse la mano en clase mientras veían alguna película y pasear juntos por la urbanización. Eso era todo. Y así tenía que quedar.

Ya tenían quince años, pero jamás se comunicaron por otro medio que no fueran las cartas. Así fue que un día dejaron de llegar. La decepción fue inmensa. Para él también, de hecho, no recuerdan quien dejó de escribir primero, pero lo hicieron. Nunca más se leyeron. Ni se vieron. Tampoco volverían a jugar, desde luego. Les quedó el recuerdo, el mejor de todos. Era amistad. Amistad durante la niñez. Amistad de la de verdad.

lunes, 1 de julio de 2013

Pongamos que hablo de ti.

Cuando me apetece mucho escribir, pero no consigo hacerlo, lo hago de ti. Podría hacerlo de las veces que me has llevado y traído del colegio, de aquellas otras en las que no pudiste hacerlo porque tenías que sacarnos adelante o de nuestros caminos a la playa en el coche.

No me olvido de la época de rebeldía por la que siempre se pasa y que tuviste que asumir sola. Afortunadamente, me llamaste la atención cuando lo tuviste que hacer. Desde entonces, hemos pasado mucho. Tanto que ni siquiera recuerdo cuando empezaron los problemas. Me imagino que se nace con ellos, aunque no seamos capaces de asumirlos.

Podría pasar después a hablar de mis viajes constantes en tren para poder pasar el fin de semana a tu lado. Los madrugones que nos damos los sábados para poder pasar una mañana de compras juntas. Y sí, ir de compras, la mayoría de las veces, significa ir a mirar ropa en las tiendas. De las tardes tumbadas al sol, de los días en el fútbol sala, de los conciertos a los que nos hemos acompañado y de las muchas lágrimas que me he tragado en cada despedida en la estación.

Por último, también podría hablarte de lo mucho que te necesito, de lo imprescindible que eres en mi vida y de lo importante que eres para todos los que estamos a tu alrededor. Mi mal genio no es cosa tuya, pero sí ser una persona sensible. Por eso, como sé que vas a leer esto, podrás emocionarte, porque esto que también es tuyo.

martes, 25 de junio de 2013

Su no tan querido paraguas.

Después de tanto tiempo lo que le parecía más triste es que solo tenía de recuerdo un mísero paraguas. No sonrisas, abrazos, momentos divertidos, serios...Nada, un paraguas. En realidad ninguno de los dos quiso tener más que eso. A pesar de todos los meses que pasaron juntos en aquel lugar extraño que nunca sintieron como su casa, lo único que recordaba era ese dichoso paraguas.

Por mucho que pensaba no recordaba que día lo compraron, ni a donde iban juntos cuando les pilló la tormenta. Ellos nunca salían juntos. Compartían casa, pero nada más. Un chaparrón les pilló la sorpresa y a toda prisa entraron en una tienda cualquiera. Los dueños de aprovecharon del mal tiempo para subir un poco el precio del artilugio.

Pagaron y se fueron. Nunca recordó a dónde. Los días de lluvia pasaban y el paraguas fue haciéndose suyo. Tras años usándolo, una mañana no lo encontró. Pensó donde lo podía haber dejado y, entonces, lo vio claro. Se le olvidó en aquella tienda cualquiera. En esa donde solo vendían paraguas amarillos, en la que se quedó el único recuerdo que compartían y el que nunca debieron tener.

sábado, 1 de junio de 2013

¿Los parques? Con toboganes.

Lo bueno que tiene que miles de personas pasen por tu vida es que tienes la certeza de que las que se quedan, lo harán para siempre. Probablemente serán cuatro o cinco, no creo que más de seis, pero serán las mejores.

Cuando cambias de ciudad puedes sentir miedo por creer que no encontrarás nunca tu sitio. O puede que tu único deseo fuera salir de ese maldito sitio que te ha tenido atada toda tu vida. El caso es que conoces a personas de las que te puedes llevar un trocito para el recuerdo, otras que no olvidarás porque las odiabas y otras a las que nunca te tenías que haber acercado porque cuando se suele soltar veneno, se hace en todas direcciones.

Pero esas cuatro personas, o cinco, o tres, cuyos rostros te vienen a la mente cuando hablas de amistad, estarán siempre. Ni siquiera hace falta que las cuides, ellas saben hacerlo. Las personas, tus personas, estarán ahí siempre. Como los toboganes en los parques. O eso espero. Lo de los toboganes, digo.

domingo, 26 de mayo de 2013

Que me remuevas.

Y que te remuevan el estómago, toda la vida. Que te lo remueva recordar el primer día en que hablasteis. La canción que creías que os acompañaría toda la vida y la posibilidad de volver a veros. Como cuando eres pequeña y los nervios te matan ante el inminente partido de fútbol que estás a punto de jugar.

Sonreír. Que te sonría. Que los primeros días no seas capaz de aguantarle la mirada y que una mentira suya derrumbe todo tu mundo. Como cuando eres pequeña y tus padres deciden que os vais a vivir a otra ciudad, que ya no tendrás amigos de toda la vida, porque a tus amigos de toda la vida no les volverás a ver.

Que te coja de la mano, y te abrace cuando te haga falta consuelo. Que te seque las lágrimas, pero que también sea capaz de cabrearte como solo esa persona sabe hacerlo. Tener la necesidad de escucharos, como necesitas escuchar la voz de una madre cuando estás al borde del colapso. Y que os reconozcáis, sobre todo, que os reconozcáis.

viernes, 24 de mayo de 2013

En última posición.

¿Alguna vez te gustó quedar en última posición? No creo, por mucho que se hayan empeñado en repetirnos una y otra vez eso de que lo importante es participar. Participar sí que nos gusta, nos gusta participar en todo. Pero la última posición te deja un sabor raro. Pues yo conozco a una persona que no, que quedó última siendo feliz.

Decisión de última hora y la mandaron al tapiz. A ella, la más pequeña de todas, a la que su madre le hacía los maillots. Demasiado pequeña para sentir nervios, demasiado delgada como para hacerlo mal. La grada la vitoreaba. Y sí, por grada entendemos a familia y amigos. Así que salió allí e hizo lo mejor que pudo. Lo mejor que pudo hacer la dejó en última posición.

Ni se enteró. Todas sus compañeras, en el banquillo, aplaudían. Su madre, desde la grada, se mostraba orgullosa de su niña, que mira que iba guapa con el maillot que le había preparado. Su entrenadora la recibió feliz. Ella, emocionada por el revuelo, preguntó: "¿Qué puntuación tengo?¿Cómo he quedado?".

Demasiado pequeña para contestarle. Demasiado como para decirle la verdad. Pero también demasiado pequeña como para, una vez escuchada, entristecerse.

lunes, 20 de mayo de 2013

Malas sensaciones.

Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en malas sensaciones es sin duda la de tener arena en los ojos. Sobre todo, si alguien te la ha lanzado. Escuece, y mucho. Sientes cómo tus preciosos ojos se rasgan por dentro con esos minúsculos granos de arena. Creo que esa es una de las pocas cosas que no me gustan de la playa.

Tampoco me gusta cuando el frío se te mete en los huesos y no hay forma de sacarlo. ¿Quién puede dormir con los huesos congelados? Ni siquiera se puede pensar...Y qué decir de cuando vas tan decidida a tu armario de la cocina, donde dejaste tu aperitivo favorito, lo abres y no está. Da rabia, y mucha. La misma que cuando intentas hablar y solo te salen lágrimas.

Que chirríen los dientes también me parece algo insoportable, al igual que cuando alguien se dedica a decirte lo que tienes que hacer constantemente. Sin embargo, de todas las malas sensaciones que tenemos en la vida, creo que la peor es la del dolor de tripa. Por amor, miedo, problemas familiares, estudios...Dolor de tripa. Mucho. Nervios que se acumulan en el estómago y se enredan sin ni siquiera saber cuál es la razón de ello.

Pero pasa, y mucho.

viernes, 10 de mayo de 2013

Cierra la persiana antes de irte.

A la mañana siguiente, abrió los ojos y sonrió. Raro, ¿verdad? No había bajado la persiana la noche anterior. No lo hizo porque él nunca lo hacía. Volvió a sonreír. Había perdido a la persona más necesaria del mundo y, sin embargo, sonreía. ¿La causa? El dolor de saber que, a partir de ese día, él tendría que bajar su persiana siempre. Porque, ahora sí, sentiría de verdad lo que era echar de menos.

Tantas veces había estado triste por cualquier tontería. Tantas otras había llorado por cualquier persona. Tan mayor y con tanto vivido, se creía. Y ahora, todo eso se quedaba en nada. Ni el que creía que había sido su verdadero amor, lo era. Ni los días que sintió la añoranza, ésta había sido tal.

Su vida se había quedado coja. Coja para siempre. No pensaba en el futuro, solo miraba al pasado y se reía de todas las experiencias vividas. Experiencias que no habían servido de nada. Ni aprendió ni maduró.

Sabía que nunca volvería a ser el mismo. También, que no volvería a mirar al resto de personas con los mismos ojos. Tampoco les escucharía. Eso no eran problemas. Ni siquiera merecían llamarse así. Como buen egoísta, no dejó que nadie le viera llorar ese día. Sonreía. Sonreía y pensaba: "Esto sí que es una lección. Gracias".

lunes, 29 de abril de 2013

La eterna sonrisa.

Verles felices es la sensación más bonita del mundo. Por ellas y él, soy capaz de volver a entrar a una iglesia o hacer el ridículo bailando en medio del restaurante. Porque sé que son los mejores años de sus vidas y porque no merecen que nadie se los fastidie, desde luego. Estar a su lado me llena de vida, cómo no lo iba a hacer, si me encanta acompañarles a dar un vuelta por el río, inventarnos cualquier excursión y que me enseñen sus progresos en el colegio.

Recuerdo ser la niña más borde del mundo, la que no regalaba ni un beso, ni siquiera a su familia, y la que se cabreaba por que le dijesen lo guapa que iba. Pues estas no, son las niñas más cariñosas del mundo. Divertidas, bailarinas, cantantes, actrices y mil cosas más. Algo de eso sí que han sacado de nosotras. Él, como único niño, es el más vergonzoso. Pero me encanta correr detrás de él para que me de un beso.

Tengo memorizadas las fechas de sus cumpleaños, pero si me preguntas por su edad me desoriento. Sé que las tres mayores llegaron el año que nos dejó mi abuelo y que seguramente, por ellas, todo se nos hizo más llevadero. Han pasado ya bastantes años, pero siguen siendo las personitas que mejor nos lo hacen pasar.

lunes, 22 de abril de 2013

"Mejor era cuando creía que también me querías"

Te pediría que me miraras a los ojos, que me prometieses que jamás me has olvidado ni me olvidarás. Que ha sido la etapa más difícil de tu vida y que siempre supiste que estabas perdiendo a la persona más importante que has tenido nunca.

Me cuesta mucho reconocer las cosas, pero también lo haría. ¿Quién no ha tenido que quitar el sonido de una canción porque no podía aguantar las lágrimas? A mi me ha pasado. Miles de veces.

El problema es que sabemos lo que sentimos nosotros, pero, por mucho que nos lo digan, es imposible saber cuánto sienten los demás. Y como es imposible, preferimos decir que las palabras no demuestran nada, que son los hechos los que te hacen ver cuánto te quiere una persona.

¿En qué momento de nuestra vida nos empezamos a plantear si realmente las personas de nuestro alrededor nos quieren? Le he dedicado tiempo a esto y no he encontrado respuesta. No me acuerdo absolutamente de nada. A lo mejor es puro egoísmo. Mejor que algo se termine porque la otra persona no nos ha querido lo suficiente. Mejor no sentirse culpable.

miércoles, 17 de abril de 2013

Egocentrismo.

Me suelo despertar, una mañana tras otra, muerta de sueño. Aún así, no soy capaz de dormirme a un hora prudente ni un solo día a la semana. También es verdad que es difícil que encuentres a una persona un poco más maniática que yo, como también lo es que empiezo a ver borroso a partir de la tercera caña.

No soy capaz de aguantarme las lágrimas en días de lluvia. Pero si ha hecho sol, ya puede la peor de las noticias venirme a buscar, que hasta las doce de la noche, con un nuevo día, no me verás llorar. No soy cariñosa. Yo diría que una de mis virtudes es no mostrar cariño hacia cualquiera. Al final, siempre hay un cualquiera que te decepciona, así que tampoco me sirve de mucho.

No me gusta el café, me encantaría pasar cada domingo en casa, con mi madre, y prefiero lo salado, muy por encima de lo dulce. En todo. El chocolate me empacha, nunca le eché azúcar a la leche y me cuesta muchísimo abrazar. Otro defecto. Ese y el de ser incapaz de dormir dos horas seguidas si alguien ha invadido mi cama.

jueves, 11 de abril de 2013

Lágrimas que nunca brotaron.

Lo peor de todo esto es que se acabaron los sábados de comida china y fútbol. No sé por qué se empeñan en acabar con todo lo que me gusta. Recuerdo cuando no hacía falta ir a los bares para ver el fútbol, cuando  la mitad del vecindario gritaba el gol de un equipo y, la otra mitad, el del otro. También me acuerdo de cómo bajamos todos juntos a bañarnos a la fuente de la glorieta de turno, sin importar los colores.

Los desayunos venían acompañados de Goku o de Oliver y Benji y no ibas solo al colegio, te llevaban. De la misma manera que después te recogían, tenías un plato de comida sobre la mesa y te ayudaban a hacer los deberes. En la memoria están los días de verano en los que llevabas pantalón corto debajo de la falda porque los niños, en el recreo, te la levantaban. Qué descaro. Los mismos niños con los que horas después jugabas al fútbol.

Las reuniones en el segundo, en el cuarto o en el sexto. Los refrescos en el bar de abajo. Los paquetes que enviaba la abuela con su correspondiente pijama de cada época del año. Pedir permiso para cruzar la calle. Celebrar los cumpleaños en el telepizza. También estaban los que no lo celebraban porque cumplían años en verano, yo era de esas. Pero, sobre todo, lo que más echo de menos es que las despedidas no eran amargas y que nos convencían con un: "No te preocupes, los seguiremos viendo a todos".

domingo, 7 de abril de 2013

Autobuses.


No recurriré a la metáfora del tren, pero tampoco seré muy original, así que hablaré de autobuses. Después de muchos años buscándolo, conseguiste que un autobús, en concreto, tu favorito, aparcase en tu estación. Estabas deseando que lo hiciera. Y si a eso, le sumas la novedad, pues los primeros meses los pasaste cuidándolo, lavándolo, conduciéndolo cada vez que podías. Resumiendo, era tu autobús y pasar las horas muertas a su lado, te encantaba.

Sin embargo, el efecto novedad llegó a su fin y los días que pasabas en la estación, con tu autobús, eran cada vez menos. Ya no te importaba dejar tu visita para las nueve de la noche, ni siquiera adelantabas la cita con los demás para poder estar más tiempo con él. Lo normal es que el autobús se haya ido estropeando poco a poco, hasta que llega un momento en el que, por mucho que lo intentes limpiar, las manchas de óxido no se quitan.

No puedo decir que se te vaya a escapar el tren, porque hablo de autobuses. Pero, a lo mejor, cuando vayas a volver a conducir tu querido autobús, porque lo quieres, ni siquiera arranque. Por supuesto, que si no te lo roban, quizás nunca se vaya de tu estación. Pero, ¿te conformarías con un autobús que no puedes conducir? Estará demasiado degradado como para poder sacar lo mejor de él.

sábado, 6 de abril de 2013

Volví.

El estado de desesperación lleva a la ansiedad, la ansiedad a no dejarte respirar y no respirar a dejar de hacer lo que tanto te gusta. Como una cascada, de esas que siempre sueñas ver de cerca cuando eres un niño, vas cayendo hasta abajo, hasta chocarte con las rocas y que tus huesos salpiquen como lo hace ese mismo agua. El agua en el que se refleja el arco-iris. Sí, también tus sueños han estado llenos de color. Ese mismo color que, ahora, con tu cuerpo y tu mente hechos añicos, inunda tu vida. La alegría de haberte chocado contra las rocas a tiempo. Y la de saber que, aunque estés destrozado, siempre hay un arco-iris que te hará sonreír para que, así, vuelvas al lugar del que te caíste.

sábado, 16 de marzo de 2013

Ensalada de pasta.

Creo que este está siendo uno de los inviernos más rápidos de los últimos años. Ya está acabando y, por supuesto, me moría de ganas de que lo hiciese. No creo que el invierno le guste demasiado a la gente. A mí particularmente, me disgusta. Es raro, es una tontería, pero sí, el tiempo, influye en mi estado de ánimo.

Porque si hace sol, salgo con más tranquilidad y alegría a la calle. Porque si está nublado, siempre salgo con la incertidumbre de que en algún maldito momento esa nube tan negra se descargará sobre mi cabeza. Y no me importa que se me moje el pelo, que me hayan robado el paraguas o que no tenga chubasquero, lo que más me molesta es que se me mojen los pies.

En verano, si se me mojan los pies, es porque yo lo he decidido. En verano, si se me cortan los labios, no es por el viento frío de Madrid, es porque me he expuesto demasiadas horas al sol. Y sin protección. Quiero hacer un tupper lleno de ensalada de pasta, pero no para llevarlo a la universidad porque tengo que comer allí. Lo quiero en una nevera llena de refrescos. Y lo quiero en la orilla de la playa.

martes, 12 de marzo de 2013

Sombras.

Hubo un tiempo, muy largo, por cierto, en el que sentía que ella también había perdido su sombra. Las mañanas que se quedaba en casa, alegando una poco creíble enfermedad, solía ver la película de Peter Pan y pensaba: "Eso es exactamente lo que me pasa a mí, he perdido mi sombra y necesito a alguien que la cosa a mis pies".

Y es que, aunque no se cansaba de hacerse la fuerte y mucho menos iba a dejar que alguien la debilitase, sabía que, en el fondo, lo que buscaba era eso. Necesitar a alguien, sentirse débil, encontrar a su sombra, que la cosieran a sus pies y no tener que ponerse a buscarla nunca más. Nunca jamás, como el país.

Años buscando su sombra, parecía que si no la tenía pasaba por el mundo totalmente desapercibida. Todo el mundo tenía sombra, había llegado a ver a personas con cuatro sombras. Sin embargo, nada, ni una. "Si por lo menos hubiera sido la primera niña perdida, no habría tenido que crecer". Pero te obligan a hacerlo, por más que te niegues.

Y menos mal, que encontró a su sombra. Solo una, eso sí. Siempre había detestado a esas personas que poseían cuatro. Prefería lo único a lo abundante. Aunque no logró que la cosiera a sus pies, la tenía. Y aunque nunca estará segura de no poder perderla, la tiene.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Rodeados.

Hay veces que estás tan melancólico que no sabes ni qué te produce tanta tristeza. Hoy no es de esos días, si lo fuera, no podría escribir de ello. Las cosas hay que verlas desde la distancia Igual que cuando te haces un arañazo en la mano pero no lo ves hasta que no pasan dos horas, te escuece y se enrojece.

Desde la distancia puedes ver tu estado de ánimo, las personas que te quieren y las que no. Hay muchos momentos en los que estás solo. Y la verdad es que no es porque seas una persona de mierda, es que los que te rodeaban no hacían más que eso, rodearte.

Sin embargo, que te rodeen no es suficiente. Necesitas que te rodeen bien. A lo largo de toda mi vida me han rodeado cientos de personas, pero solo unas pocas me han rodeado bien. Un amigo mío dice que lo único que quiere es que le abracen. Y yo le doy la razón, creo que no hay nada más importante.

domingo, 3 de marzo de 2013

Hablando de puertas blindadas.

Deja de dar golpes a la puerta. ¿Nunca te han explicado que para entrar tienes que usar una llave? Si no la tienes, tus patadas, puñetazos y embestidas no servirán para nada. Además, ¿por qué te empeñas en conseguir algo que no te importa? Solo por la satisfacción que sientes al derribar la puerta, por eso te empeñas, admítelo. Quieres salirte con la tuya.

No ayudaste a crear esta casa, por esa razón es por la que no tienes llave para entrar. Años de esfuerzo y de supuesta fortaleza han conseguido alzarla y no vas a entrar a las primeras de cambio. Asumirlo es lo primero. Por mucho que cueste. A esa casa también le costó, ¿sabes? No fue fácil convertirse en lo que es hoy.

Creo que la fuerza no tirará abajo la puerta. Pero puede que sí lo hagan los años, el tiempo, la vejez que puede con todo. Entonces, la puerta estará demasiado vieja para aguantar los empujones y, tal vez, consigas entrar. Sin embargo, siempre te quedará la tristeza de saber que podías haber tenido la llave desde el principio y no quisiste.

sábado, 2 de marzo de 2013

Cabellos grisáceos.

Hay un momento en la vida en el que dejas de sentir el paso del tiempo. Ya no hace falta que estés distraído para que pase de forma rápida, ni pasas las horas muertas mirando la hora qué señala el reloj. Tampoco parece que estés disfrutando de la vida, simplemente la vida pasa y tú mientras tanto, sentado en una mecedora, que suena a años de movimiento, esperas que llegue el día en el que recibas una visita.

Ahora estás solo esperando a que la vida haga contigo lo que le apetezca y no haciendo lo que te apetece con esta maldita vida. Porque ya no importa lo que tengas ganas de hacer, importa lo que eres capaz de hacer que, a estas alturas, son pocas cosas.

Ni siquiera sabes en qué día vives, porque los días de la semana hace tiempo que perdieron su sentido. La memoria te falla mucho más de lo que te gustaría, al igual que tus oídos y tu vista. Y tu cabello es un reflejo de tu persona. Ya no hay vida, solo pelo, casi siempre gris por mucho que tus seres queridos se empeñen en ponerle color.

Y el color solo llega en ese dichoso día, en el que sí que te despiertas con alegría, en el que sí que miras el reloj esperando una determinada hora. La hora de todos los domingos, la hora de las visitas, la hora en que todos se vuelven a reunir. Alrededor de ti, nexo de unión. Por supuesto, tampoco recuerdas cuando se empezaron a organizar esas citas contigo de protagonista, al igual que al día siguiente no sabrás qué comiste el domingo.

Pero comiste, como cada domingo. Tuviste un día de color y ahora vuelves a esperar qué desea hacer la vida contigo porque ya sabes que tú no puedes hacer nada con ella.

jueves, 21 de febrero de 2013

Guerra de playmobils.

Por qué mi color favorito es el azul es algo que explicaré otro día. Hasta esa simple cosa parece tener importancia en esta encrucijada. Lo curioso es que cuando eres pequeño no te das cuenta de nada de eso. Y eso que, entonces, las encrucijadas eran de verdad encrucijadas. Que tu mejor amigo ataque tu fuerte de vaqueros con su banda de piratas de playmobil apenas tiene importancia. Es tu mejor amigo. Aunque los playmobil siguen siendo playmobil y esas cosas no se hacen.

Da igual si un día cogen un perro de juguete y te lo ponen en la cabeza. Con ruedas, sí. Teledirigido, sí. Tienes que cortarte el pelo, sí. Pero, ¿qué importa eso si ni te miras al espejo por las mañanas? Cuando en el fútbol no existían los fueras de banda, cuando las puertas de los garajes hacían de portería y cuando te gastabas tu paga de la semana en comprar chucherías en el quiosco situado al otro lado de la carretera.

La batalla con tu madre por bajar a la calle antes de hacer los deberes si que era una batalla. Los partidos de fútbol iban en serio. La guerra eterna a los hermanos mayores, apenas tenía un ápice de maldad. Y las fiestas de cumpleaños en el telepizza sí que eran de ese tipo de días que siempre recordarás. Tus amigos eran tus amigos y tu familia, tu familia. No es que cualquier tiempo pasado nos parezca mejor es que del pasado, al final, siempre acabas recordando solo las cosas buenas.

domingo, 10 de febrero de 2013

Adiós.

Adiós, no como sorpresa. Adiós, como despedida. Cincuenta días después me he visto en la obligación de volver aquí, abrir el blog y hablar de él. Nunca antes lo había hecho. Tal vez porque no le daba la importancia que en realidad tenía. Hace dos años y medio que entraste en nuestra vida. Nuestra, porque creo que nos pertenece, aunque este tipo de cosas indiquen que no.

Porque contigo querido, se van miles de recuerdos. Porque contigo aprendí a muchas cosas, y creo que entre ellas está la de vivir. Porque a tu lado vivimos la mejor historia que podía existir. Porque dentro de ti hay miles de lágrimas, pero también millones de sonrisas. Porque estás casi desde el principio, desde nuestro principio y ahora te vas, sin despedirte.

Al principio, teníamos otro, pero pronto viniste tú. Por eso eres tan especial. Cómo siendo algo relativamente poco importante, duele tanto tu pérdida tiene más que ver con todos los sentimientos y emociones que te llevas contigo. Muchas más cosas, imposibles. Muchos más, otros, vendrán, y espero que puedan ver lo mismo que tu. Pero, sobre todo, que sigan siendo nuestros.